El papel de los niños en los cuentos.

Hola queridos lectores. Siguiendo la dinámica de los cuentos, hoy el blog dirige su mirada hacia hacia los cuentos cuyos protagonistas son los niños. Estos representan en este tipo de relatos la pureza y la bondad, siendo ajenos a un mundo adulto de peligros y crueldades que choca con la personalidad de estos. Esta fragilidad e indefensión de los niños ha sido muy bien reflejada en la literatura y muchos de los cuentos toman como chivo expiatorio la figura de estos niños para hacer que el relato adquiera una dimensión de denuncia social.

Hay una generación de autores que viven durante la guerra civil y que ven en el cuento esa posibilidad de plasmar y hacer una crítica de la sociedad de la época. Se da a conocer a finales de los años 40, años difíciles por la censura franquista y la miseria del país en todos los sentidos.

Como decía Edgar Allan Poe “El objetivo del cuento es la verdad”, y pocas veces es esto tan cierto como lo es con esta generación. Esta fue llamada Generación del medio siglo o de los niños de la guerra. Ellos no son ni vencedores ni vencidos, porque eran pequeños mientras se desarrollaba la guerra.

Los lectores del momento verían muy bien reflejada su vida cotidiana en estos relatos de hondo realismo y a través de ellos perciben una critica social hacia el franquismo. Nos presenta el presente histórico a través de personajes humildes de las capas más bajas de la sociedad, y por supuesto niños, porque no puede haber algo más débil ante un sistema devorador, como es un niño. A través de ello, nos apela más y la denuncia se hace más intensa.

En ellos hay una voluntad ética y de compromiso, así como un interés en el vocabulario, o interés de plasmar personajes que presentan una gran pasividad a la hora de denunciar y no lo hacen. Asimismo hay un interés de captar como una foto la realidad para que quede testimonio de lo que se vivió.

Estos cuentos funcionan como una figura retórica de la metonimia: nos presenta una parte, la vida de unos personajes dentro de la realidad histórica de la posguerra española, haciéndonos un mosaico; una parte dentro de un todo.

Hay una cosa característica que es dejar el final abierto, dejando en los lectores un gusto de melancolía, de pena…o de todo lo contrario, el autor nos deja una llave a la puerta de la esperanza. Por lo tanto, estos relatos nos exigen no quedarnos pasivos, y continuar cavilando o sintiendo, apelando y no dejándonos indiferentes, manipulando nuestras emociones y capacidad de crítica porque el futuro está por escribir. Asimismo, si hay final abierto, es que todavía está sucediendo o puede volver a suceder. En ese sentido nos hace ser comprometidos, porque si no nos gusta lo que sucede, nos deja ser partícipes de ello y cambiarlo.

Todo esto podemos observarlo en J. Fernandez Santos, entre otros muchos autores de la época, y concretamente en su obra titulada «Cabeza Rapada». (Os adjunto el texto para que lo leáis: Para leer el texto haz click aquí. )

El trabajo de hoy consistirá en imaginar la vida adulta del niño que protagoniza el relato, así que allá vamos:

-No te vas a morir, no te mueres…

Se estaba muriendo…,pero no podía decírselo. Me limité a secar sus lágrimas y le prometí que todo saldría bien.  

– Monta, te llevaré a caballito a esa dirección que nos dio el doctor. 

-Pero no tenemos dinero.

-No te preocupes. Algo se me ocurrirá.

Le costó sudores subirse a mi espalda, sus dolores de costado iban en aumento y poco a poco se iba apagando de agotamiento. Yo le apretaba fuerte las manos, quizás para transmitirle mis fuerzas, mi apoyo, o quizás para que se aferrase a la vida. 

Con el corazón encogido y los nervios a flor de piel, inicié lo más rápido que pude, la ruta hacia la dirección que indicaba el papel. Entre tanto, mientras iba preguntando a la gente para que me dieran un atisbo de luz sobre si íbamos en la dirección correcta o no, le hablaba, le miraba de reojo asegurándome de que seguía vivo. 

Y llegamos al destino. Miré el cartel de la dirección y después el papel, corroborando y casi sin creérmelo, que finalmente habíamos conseguido llegar. Una preciosa y enorme casa nos daba la bienvenida. Aunque con el natural deterioro de una posguerra, aún conservaba su anterior esencia, y casi pude visualizar la felicidad que en sus jardines e interiores había. 

-Y ¿ahora que? Dijo una leve voz a mis espaldas rompiendo mi mundo interior.  

Su pregunta me hizo volver a la realidad y recordar que esa pequeña vida que dependía de mí. 

Entonces pude observar en la acera de enfrente de la casa, los restos de una pequeño banco en funcionamiento, y se me ocurrió un plan. En un rincón del jardín de la casa y entre matorrales para que no sintiera frío le dejé tendido. Crucé a la acera de enfrente y me dispuse a atracarlo para conseguir el dinero suficiente que nos conllevase la consulta. Pero cuando entré y llegó mi turno empecé a temblar, mis ojos apenas enfocaban con nitidez a la banquera que me iba a atender; los nervios y el cansancio junto con los tres días que llevaba sin comer me pasaban factura formando un cóctel molotov, y entonces…me desmayé. Al abrir los ojos vi un círculo de gente entorno a mí, no era consciente de qué había pasado, y se me echó un nudo en la garganta que me hizo romper a llorar. No podía más…mi plan había fallado, y con ello también fallé a mi amigo. Me desahogué entre sollozos con la joven banquera que me iba a despachar con anterioridad, y secándome las lágrimas me acompañó hasta la casa de enfrente.

Entre los dos cogimos al pequeño, y las limpias y cuidadas manos de la chica llamaron al timbre. 

Un hombre con bata blanca nos recibió y sentó en un sofá del hall. Tras unas palabras con la muchacha, un despliegue de equipo médico corrió a nuestra ayuda, y en camillas fabricadas con telas y palos de hierro, nos subieron a la primera planta para alojarnos en distintas camas de en una misma habitación. Miraba a mi lado y allí estaba esa cabecita rapada, echo un harapo y sin aliento para hablar.

Nos encontrábamos en una casa, con su decoración habitual de casa, pero habilitada con aparatos médicos.

En cuanto entrase el doctor tenía que hablar con él y decirle que en realidad no teníamos dinero para pagarle. Me iba mentalizando para que nos echasen de allí como si fuésemos perros callejeros..y entonces tendría que hacerme a la idea de que mi amigo iba a morir, y que poco después posiblemente lo haría yo. Y entre tanto pensamiento, el agotamiento me pudo y me dormí. 

Cuando desperté el médico estaba cambiándome el suero, y entre el sopor, balbuceando pude preguntarle por mi amigo y confesarle que no me había dado tiempo a decirle que no teníamos dinero para pagarle y que entendía que nos echase o estuviéramos en deuda con él. No se si lo soñé, pero no pude oír su contestación porque de repente dejé de oír y volví a sumirme en un profundo sueño.

Cuando me desperté era de noche, y con el suficiente aliento como para poder tenerme en pie, vi como en la camilla de al lado se asomaba entre las sábanas una cabecita que descansaba como hacía tiempo que no lo hacía.

Tras ello bajé al hall y me dispuse a ir en busca del médico. Y entonces para sorpresa mía, la banquera que nos auxilió por la mañana se encontraba con bata atendiendo a unos ancianos. Al ver mi cara de asombro y aturdimiento se acercó a mi y me preguntó cómo nos encontrábamos. No entendía que hacía ahí…¿seguía soñando?. Me froté los ojos para intentar despertar. La joven muchacha me invitó a un té y me contó que su padre era médico y que desde que su madre falleció decidieron hacer honor a ella formando un hospital casero, de modo que por las mañanas trabajaba en el banco y por las tardes/noche ayudaba a su padre. Creí oportuno comentarle que agradecía lo que habían hecho por nosotros pero que salvo ayuda física, no podía pagárselo de otro modo. La chica esbozó una leve sonrisa y me dijo que cuando nos recuperásemos hablaríamos, pero que hasta entonces no nos preocupásemos por ello. 

Tras ese té, subí al cuarto deseando contárselo a mi amigo, pero cuando llegué la cama se encontraba vacía. La enfermera me miró y sin cruzar una sola palabra conmigo, asintió con los ojos encharcados. Yo lo entendí. Se había ido…y ahora descansaba de verdad. Un frío vacío recorrió mi cuerpo, e inmediatamente las lágrimas salían de mis ojos sin poder siquiera pararlas.

Ahora sí lo tenía claro…en memoria de mi amigo tenía que quedarme allí, con su espíritu volando por aquella casa, para ayudar a los que lo necesitaban en aquella fría e inhumana posguerra que estaba viviendo el país.

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